Porque no es justo partir sin un último beso.
¿Qué inquieta avecilla escondes entre tus manos
como una caricia que quisiera volar?
Yo siento que en mi
pecho se pasea un perro
intentando lamerme los latidos.
Pero no es justo mirarse el corazón.
Lidia me ausculta, somnolienta, y pretende que mi perro es
sólo humo.
Oigo un clamor de grillos asediados por el sol.
Ni la sombra de un sueño los ha desvelado en la santa noche
y aquí están otra vez, pidiendo lo imposible,
el oro de mi cansancio,
mi penumbra vuelta amparo.
La lengua de mi perro se ha dormido.
El ave de tu caricia ha muerto.
Y pese a todo, extranjera,
no es justo partir sin un último beso.
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