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miércoles, 2 de julio de 2014

Susana Cattaneo

Yo te he amado, hermano, amigo, cuando los relojes se clavaban en el pecho. Cuando llorabas la mudez del teléfono y te aturdías de música y de noches.
Me has amado, amigo, hermano, cuando esperábamos la luz de los domingos, cuando aguardábamos cartas y respuestas. En madrugadas que goteaban nuestra sangre. Cuando leíamos de la mano de Alejandra y nos paseábamos con ella por las esquinas de nuestra angustia. Cuando decíamos a tres voces:”para que las palabras  no basten es preciso alguna muerte en el corazón”.

Hoy te recuerdo, aunque hace tiempo nos hemos olvidado. Después de mil inviernos, ya deberíamos tener las manos con escarcha. En vano seguirán nuestros ojos buscándose entre las tumbas de Dios.

de "niña subterranea"

1 comentario:

  1. Excelente poema, con toda la luz y la sombra del alma humana. María Amelia

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