Son amarillos los ojos alucinantes de Rimbaud.
Allí los ejércitos derrumban a fuego de horizonte
un cielo inesperado
y abren la carne de todo lo posible.
Yo los miro y veo tumbas de sol y fiebre en sus párpados
como un rodar en las aguas solitarias
en los radiantes secretos de una flor enterrada.
Quisiera arrancar ese color amarillo
pero ilumina mis noches con un ardor de libres panteras
traspasadas por una cúpula de iglesia
donde todo se incendia
donde todo camina en sus propios bordes de afilados vidrios.
Y es inevitable cerrar los ojos.
Una tormenta de rayos nos empuja a las vibraciones del
abismo
el que en los levantados edificios crece
como una ensoñación de vértigos
como el exasperado paraje de las moléculas rotas.
Son amarillos los ojos alucinantes de Rimbaud.
Y a ellos caigo como a un aljibe de bruscas galerías
y desde allí observo este mundo
que prefiero pronunciar desde el infierno
donde los fuegos increíbles merecen esta pobre eternidad
amarilla:
un abrir y cerrar los ojos deliberadamente.
de Revista Empresa Poética, Año 1-Nro 1, 1984, Buenos
Aires