Había
una vez, hubo una vez o no hubo nunca. No debo decir el caos.
Había
una vez un lastimado,
se
oye su muerte en todas partes,
en
todas partes.
No
ángeles de la guarda, no estampas, no luces, ningún contorno,
las
horas del lastimado son eternas.
No
luces.
Se
puso toda la muerte en el cuerpo,
toda
la muerte,
no
ángeles,
las
horas del lastimado
del
muerto, del clavado a todos los cuerpos
crecen
como serpientes. No debo decir el caos.
No
luces, no ángeles:
los
salmos se le duermen en la frente, debajo de las cejas y en la garganta.
Agitaba
la eternidad como si fuera una mezcla.
Gatos
negros y azules, palabras como gatos negros y azules se volcaban en
/todos
los caminos,
llevaba
sus pobres milagros pequeños, el agua tibia de las frases goteando,
liviano
como un dedo,
transparente.
No
era un hombre.
No
era una caja con forma de hombre.
Dulcemente
su amor
se
comía las cosas, brillaba en la saliva, se encendía en los costados de la boca.
Porque
no es cierto que sí y no es cierto que no.
Le
sacaron cualquier forma de la alegría
el
brillo de la noche le enredó ese cuerpo que no gozaron las mujeres.
La
luna como un lobo le mordió el vientre y le dobló la espalda.
Esperaba
los clavos como fauces.
Los
gatos se incendiaron.
Despacito
se le aguaron los ojos.
No
habría cielos empapelados de celeste
y
crecerían las horas
los
perros de las horas.
No
habría más adentro ni afuera, ni aquí ni allá, ni latitud ni longitud.
Nadie
cura la demencia,
ningún paraíso. El
deseo no corrige la forma de las cosas.
Dar órdenes
no es lograr el resplandor.
Las
cosas quieren salirse de sí, poner la mirada en blanco.
Es
tan simple no estar.
Las
horas del lastimado son eternas. Es eterno el perfume.
Es
una negra música,
una
ternura
como una negra música.
En
las estrellas se salieron los gatos,
las
palabras como gatos
resucitaron.
El
deseo no corrige el mundo.
Gloria
al deseo.
(de "El Resplandor final", Ed. Ruinas Circulares, 2011)
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