esta precariedad de las palabras,
la inapropiada facilidad perdida
y ese difícil escoger la voz
para decir lo imaginado.
El silencio no impide
los viajes interiores
pero tampoco modifica
la soledad, que antes cuidaba
y ahora acecha impiadosa interrogándome.
¿Quién gobierna los cambios,
aprendiz de pesares y de satisfacciones
cada vez más escasas?
Sin embargo uno sigue, guiándose por señales
que los otros no ven,
y acaso es el camino, ese obligado tiempo
de dirección dudosa, de intenciones absurdas,
de abandonada culpa
lo que ocupa la vida.
Rafael Vázquez
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